Mayo 2023

Espacio de reflexión para acompañar el crecimiento de nuestros hijos.

Este mes les proponemos los siguientes temas:

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Guía de Educación Sexual por edades

¿Qué necesita saber mi hijo?

Cuando se trata de educación sexual, los padres suelen tener muchas preguntas:
¿Cómo empiezo? ¿Qué digo? ¿Cuándo lo digo?

Afortunadamente la educación sexual ha cambiado desde que éramos niños. Simplemente, no se puede enseñar educación sexual solo con una gran charla. Hoy se trata de muchas conversaciones pequeñas, frecuentes y repetitivas con tu hijo a lo largo de su infancia y adolescencia.

A continuación les compartimos una guía que puede ser de mucha ayuda!

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Fuente:
La Cross School (Institución Educativa de Ecuador)

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Cómo comprender los temores y las ansiedades infantiles

Mi hijo parece tenerle miedo a muchas cosas. ¿Debo preocuparme?

Todos los niños experimentan miedos en algunas etapas del crecimiento. A medida que los niños exploran el mundo que los rodea, adquieren nuevas experiencias y afrontan nuevos retos; las ansiedades son casi una parte inevitable del crecimiento.

Los miedos son comunes:

Según un estudio, el 43 % de los niños entre 6 y 12 años tienen muchos miedos y preocupaciones. El miedo a la oscuridad, particularmente a quedarse solos en la oscuridad, es uno de los temores más comunes en este grupo de edades. Lo mismo sucede con el miedo a los animales, como los perros grandes que ladran. Algunos niños tienen miedo a los incendios, los lugares altos o las tormentas eléctricas. Otros, que están enterados de los informativos en la televisión y los periódicos, están preocupados por los ladrones, los secuestradores o la guerra nuclear. Si hubo una enfermedad grave o una muerte reciente en la familia, pueden preocuparse por la salud de quienes los rodean.

En los niños de 6 a 8 años, los miedos fluctúan. La mayoría son leves, pero incluso cuando se intensifican, generalmente disminuyen por sí solos después de un tiempo.

Acerca de las fobias:

A veces los miedos pueden volverse tan extremos, persistentes y focalizados que se convierten en fobias. Las fobias, que son miedos intensos e irracionales, pueden llegar a ser persistentes y debilitantes, y a influir e interferir de manera significativa en las actividades diarias habituales de un niño. Por ejemplo, la fobia a los perros de un niño de 6 años puede volverlo tan temeroso que podría negarse por completo a salir a cualquier lugar porque podría haber un perro. Un niño de 10 años podría sentirse tan aterrorizado por los informativos sobre un asesino en serie que podría insistir en dormir con sus padres por la noche.

Algunos niños en este grupo de edades tienen fobias hacia las personas que conocen a diario. Esta timidez grave puede impedirles tener amigos en la escuela y relacionarse con la mayoría de los adultos, especialmente con los extraños. Podrían evitar conscientemente situaciones sociales como fiestas de cumpleaños o reuniones de niñas o niños exploradores, y a menudo les resulta difícil conversar cómodamente con cualquier persona que no pertenezca a su familia inmediata.

La ansiedad por la separación también es común en este grupo de edades. A veces este temor se puede intensificar cuando la familia se muda a un nuevo vecindario o los niños son llevados a una guardería donde no se sienten cómodos. Estos niños podrían tener miedo a ir a un campamento de verano o incluso asistir a la escuela. Sus fobias pueden provocarles síntomas físicos como dolores de cabeza o de estómago, y finalmente obligarlos a encerrarse en su propio mundo, con una depresión clínica.

A los 6 o 7 años aproximadamente, cuando los niños comienzan a entender qué es la muerte, puede surgir otro miedo. Con el reconocimiento de que la muerte finalmente nos llegará a todos, y que es permanente e irreversible, se puede intensificar la preocupación normal sobre la posible muerte de familiares, o incluso de la propia muerte. En algunos casos, esta preocupación por la muerte puede llegar a ser incapacitante.

El tratamiento de miedos y fobias:

Afortunadamente, la mayoría de las fobias son bastante tratables. En general, no son un signo de una enfermedad mental grave que requiera muchos meses o años de terapia. Sin embargo, su hijo podría beneficiarse de la ayuda profesional de un psiquiatra o psicólogo especializado en el tratamiento de las fobias si sus ansiedades continúan e interfieren con la posibilidad de disfrutar de la vida cotidiana.

Como parte del plan de tratamiento para las fobias, muchos terapeutas sugieren exponer al niño al origen de su ansiedad en pequeñas dosis, que no representen una amenaza. Con la orientación de un terapeuta, un niño que le tiene miedo a los perros podría comenzar por hablar de este miedo y mirar fotografías o un video sobre perros. Luego, podría observar a un perro real detrás de la seguridad de una ventana. A continuación, con uno de los padres o un terapeuta a su lado, podría pasar unos minutos en la misma habitación con un cachorro tierno y amistoso. Finalmente, descubrirá que puede acariciar al perro y luego se expondrá a situaciones con perros más grandes y desconocidos.

Este proceso gradual se llama desensibilización, lo que significa que su hijo será un poco menos sensible al origen de su miedo cada vez que lo enfrente. Por último, el niño ya no sentirá la necesidad de evitar la situación que fue el origen de su fobia. Si bien este proceso parece lógico y fácil de realizar, sólo se debe hacer bajo la supervisión de un profesional.

A veces la psicoterapia también puede ayudar a los niños a aumentar la seguridad en sí mismos y ser menos temerosos. Los ejercicios de respiración y relajación también pueden ayudar a los niños en circunstancias estresantes.

Ocasionalmente, su médico puede recomendar medicamentos como un componente del programa de tratamiento, aunque nunca como la única herramienta terapéutica. Estos medicamentos pueden incluir antidepresivos, que están diseñados para aliviar la ansiedad y el pánico que suelen ser la base de estos problemas.

Lo que pueden hacer los padres:

Estas son algunas sugerencias que muchos padres encuentran útiles para sus hijos con miedos y fobias.

  • Hable con su hijo sobre sus preocupaciones y sea comprensivo. Explíquele que muchos niños tienen miedos, pero con su apoyo, él o ella puede aprender a superarlos.

  • No le reste importancia ni ridiculice los miedos de su hijo, especialmente delante de sus compañeros.

  • No intente obligar a su hijo a ser valiente. Le llevará tiempo enfrentar y superar gradualmente sus ansiedades. Sin embargo, puede alentarlo (pero no obligarlo) a enfrentar progresivamente sus miedos.

Puesto que los miedos son una parte normal de la vida y suelen ser una respuesta a una amenaza real o percibida al menos en el entorno del niño, los padres deben tranquilizar y brindar apoyo a su hijo. Al hablar con sus hijos, los padres deben reconocer las preocupaciones de los niños sin intensificarlas ni reafirmarlas. Señale lo que ya se está haciendo para proteger al niño y permítale que participe en la identificación de otras medidas que podrían adoptarse. Una crianza así de simple, sensible y directa, puede resolver o al menos controlar, la mayoría de los temores infantiles. Cuando las palabras tranquilizadoras realistas no tienen funcionan, el miedo del niño puede ser una fobia.

Fuente:
Caring for Your School-Age Child: Ages 5 to 12 (Copyright © 2004 American Academy of Pediatrics).
Fecha publicación: 1/23/2017

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¿Por qué las mujeres y los hombres procesamos las emociones de manera diferente?

Imagina una escena de pareja. A ella le va mal en el trabajo, no ha tenido el reconocimiento de su jefe en un proyecto en el que se ha dejado la piel. Se lo está contando a su novio o marido, muy triste y frustrada. Él la escucha al principio, pero en seguida, la interrumpe con frases tipo: “Pues habla con él y díselo”, “pide que te cambien de departamento” o “la próxima vez no trabajes tanto”… Ella transforma su tristeza en ira y le grita: “¿Por qué no me escuchas antes de decir lo que tengo que hacer?”. Él también se enfada porque no aprecia su ayuda. Ella decide no contarle nada y prefiere llamar a una amiga a explicarle lo que le ha pasado.

¿Una escena atípica? No creo. Todos sabemos que las mujeres y los hombres procesamos las emociones de modo diferente, aunque haya excepciones. Y la buena noticia es que la ciencia ha encontrado los motivos (al menos, tenemos un alivio para no enfadarnos entre nosotros, que algo es algo). Todos somos emocionales. Es más, incluso los bebés varones son más emotivos que las niñas, según explica Louann Brizendine en su libro “El cerebro masculino”. La diferencia radica en nuestras preferencias a la hora de procesar lo que nos ocurre. Los estudios indican que tenemos dos sistemas emocionales que funcionan simultáneamente: el que nos hace ser empáticos emocionalmente y sentir el dolor de la otra persona (llamado el sistema neuronal especular o SNE) o el que nos hace ser empáticos cognitivamente y ofrecer soluciones ante los problemas que nos cuentan (también conocido como el sistema de la unión témporo-pariental o UTP). Y como es de imaginar, las mujeres somos las reinas de la empatía emocional, mientras que los hombres lo son de la empatía cognitiva,lo que les permite no contagiarse de las emociones del otro y tener la distancia suficiente para salir de los problemas. Y esa es la forma que el hombre entiende la ayuda, aunque esta preferencia no viene de serie en el nacimiento.

Según Brizendine, los varones al final de su infancia comienzan a desarrollar la empatía cognitiva, pero en la adolescencia, con la bomba hormonal a la que se ven sometidos, su cerebro prefiere conmutar rápidamente al UTP. Es decir, que el hombre en cuanto ve una emoción, su tendencia es a encontrar soluciones y no a sostener lo que a la otra persona le pasa. Por eso, no es de extrañar que cuando una mujer se aflige por cualquier motivo, su pareja le diga: “No llores”. No tanto por acompañarle, sino para pasar rápidamente al estado de búsqueda de alternativas. Pero aún hay más.

Los hombres a los trece años de edad se llenan literalmente de testosterona. De hecho, esta hormona aumenta de uno a veinte, que si fuera cerveza supondría pasar de consumir una cerveza diaria a beber ocho litros todos los días. De ahí la bomba hormonal a la que se ven sometidos. Pues bien, la testosterona es la responsable de que desde la adolescencia los varones aprendan a controlar sus músculos faciales para no expresar miedo, como ha demostrado un experimento realizado por Ekman, el padre del lenguaje no verbal.

Colocaron diversas imágenes emocionalmente provocativas a hombres y mujeres y ¡oh, sorpresa! los hombres eran más sensibles a las caras emotivas que las mujeres pero solo durante veinte centésimas de segundo. A los dos segundos y medio los hombres habían hecho desaparecer la expresión de las emociones en sus caras, mientras que, curiosamente, las mujeres la habían exagerado, pasando de una sonrisa a una gran sonrisa, o de un ceño sutil a un mohín. Es decir, inconscientemente, los hombres expresan las emociones como las mujeres en las microexpresiones que se detectan en laboratorio, pero tanto los hombres como las mujeres hemos entrenado respuestas opuestas y puede que esperemos de los otros que hagan lo mismo. Pues bien, error del sistema: los hombres han aprendido a inhibir lo que sienten y nosotras, a exagerarlo para el tipo de socialización que tanto nos importa.

En conclusión, el cerebro del hombre y el de la mujer son diferentes y ahí reside su riqueza y la atracción que sentimos mutuamente. Ahora bien, también necesitamos aprender del otro género algunas de sus claves para sentirnos mejor: los caballeros han de entender que una buena estrategia ante un problema emocional de una mujer consiste en compartir algunas palabras tipo “sé cómo te sientes”, en escuchar un rato sin proponer alternativas. Y las mujeres, por nuestra parte, necesitamos comprender que detrás de la búsqueda de soluciones o de una posible cara de póquer existe preocupación y cariño… porque en la comprensión mutua surge la magia para sentimos mejor entre nosotros.

Autora:
Pilar Jericó | Nov 3, 2015

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